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Contextos

En la primavera de 2000, en una conferencia pronunciada en Granada con motivo de la conmemoración del vigésimo aniversario de la creación de los estudios de traducción en aquella universidad, me preguntaba yo acerca de la situación de la historia de la traducción en España, tanto desde el punto de vista de la docencia como de la investigación[1].

De una rápida consulta a los centros que impartían la licenciatura en aquel momento –y que han aumentado en estos años- se deducía que sólo algunos contaban en su plan de estudios con alguna asignatura (o parte de asignatura) dedicada a la historia de la traducción. La situación puede haberse modificado en los últimos tiempos –y seguro que se modificará en un futuro próximo–, debido a los procesos de transformación que está viviendo la enseñanza superior en Europa. En cualquier caso, lo notable era –a mi modo de ver– que una perspectiva histórica de los estudios de traducción no era percibida como necesaria de un modo general, al contrario de lo que sucede –por lo menos en España– en los estudios de Letras.

Esta situación es, como he dicho, la que se da en los estudios de Licenciatura, que constituyen la formación básica del futuro traductor o especialista en traducción. De hecho, el panorama cambia algo si tenemos en cuenta programas de Doctorado o de Postrado, en los que la especialización parece “justificar” la inclusión de cursos de corte histórico, general o particular. Pero no voy a entrar en este campo.

La escasa presencia de la historia de la traducción en la docencia contrastaba –y contrasta– con una abundancia en el ámbito de la investigación. Aquí el problema reside precisamente en esa abundancia, que se traduce a menudo en una inmensa variedad e incluso, dispersión.

Una simple ojeada a repertorios bibliográficos o a actas de congresos nos indica que son numerosos los estudiosos que en alguna ocasión (o en muchas) se han acercado al mundo de la traducción desde una perspectiva histórica. Y no solamente teniendo como objeto de estudio el ámbito hispánico.

Los dos repertorios bibliográficos impresos más amplios de que disponemos actualmente, el de F. Navarro y el de J. C. Santoyo, que responden, por cierto, a dos concepciones distintas, nos proporcionan una información que es siempre matizable, por cuanto, incluso en el caso de una distribución por materias, los criterios adoptados por el recopilador pueden no coincidir con los que uno mismo habría adoptado. Como es sabido, la bibliografía de Santoyo (1996), que contiene unas 4.800 entradas calculadas a ojo de buen cubero, no presenta índices de ninguna clase; y confieso que no me he entretenido en contar los trabajos relativos al tema que nos ocupa (véase Santoyo 1996). Por su parte, F. Navarro (1996) establece un apartado titulado precisamente “Historia de la traducción”, en el que reúne unas 235 entradas (de 2.730 aproximadamente), a las que habría que añadir unas cuantas colocadas en el apartado “Teoría de la traducción” (véase Navarro 1996).

Más recientemente, Carmen Valero (2000) ha tomado en consideración unos 3.000 títulos publicados entre 1986 y 1998, dando porcentajes por temas. Dentro de los estudios descriptivos, que ocupan, según sus cálculos, el 56,2%, un 23% (o sea, unos 400 títulos) corresponden a historia de la traducción. Comentando el tipo de estudios, indica la autora: “Los artículos sobre historia de la traducción son en su mayoría estudios sobre versiones de un texto clásico o sobre un autor concreto y sus obras. Existen también comparaciones de traducciones hechas en distintas épocas” (Valero 2000: 380)[2].

Es cierto que existen más estudios históricos de los reseñados, por la sencilla razón de que muchos trabajos no estrictamente traductológicos -por ejemplo, de estudios de recepción- contienen, si no un tratamiento de las traducciones, sí por lo menos información, tal vez abundante, sobre las mismas, o sobre la labor de los traductores. En este sentido, y sin hacer, por descontado, un recuento de los estudios de corte comparatista publicados sobre todo en el siglo XX, mencionaré por su carácter fundador, si bien su valor ha sido a veces puesto en entredicho, dos monumentos de la erudición española: el Ensayo de una biblioteca de traductores españoles de Juan Antonio Pellicer (1778) y la Biblioteca de traductores españoles de M. Menéndez Pelayo, conjunto de artículos redactados en el último cuarto del siglo XIX, aunque no publicados hasta mucho más tarde (1952-1953)[3].

O sea que, considerando unas u otras cifras, y aplicando las correcciones que hubiera que aplicar, nos encontramos con un notable volumen de estudios caracterizados en su conjunto por abordar aspectos puntuales y por su dispersión en los canales de difusión.

Con todo, algunos aspectos históricos aparecen en obras generales o manuales sobre traducción publicados en España. Tal ocurre en la Introducción a los estudios de traducción de Eusebio Llácer, que contiene una primera parte titulada “Breve perspectiva histórica de los estudios de traducción”, que ocupa 42 páginas (de las 144 totales), aunque en rigor la parte propiamente histórica va de la página 2 a la 10, mientras que el resto se refiere a la traducción en la segunda mitad del siglo XX y las teorías lingüísticas sobre la misma (véase Llácer 1997).

También en su Traducción teórica Pedro San Ginés (1997) dedica 32 de las 125 páginas del libro a dar un “Paseo por la traducción a través del tiempo” (pp. 12-44), que no pretende, desde luego, ser exhaustivo, quedándose, como dice el autor en “un recorrido histórico muy alejado de esa verdadera historia de la traducción, rica y abundante, conformada por las múltiples relaciones humanas” (p. 12). De hecho, insiste especialmente en la Edad Media, con la escuela de traductores de Toledo, y en la época del Humanismo, con las traducciones de la Biblia y la labor de fray Luis de León, dando luego un gran salto hasta el siglo XX.

Asimismo, en el más reciente de estos manuales, el de A. Hurtado Albir , se dedican unas 40 páginas al capítulo “Evolución de la reflexión sobre la traducción” (2001: 99-132).

Responden también a una voluntad de cimentar la reflexión sobre la historia de la traducción las antologías del discurso sobre la traducción, que suelen ir precedidas de una introducción o estudio ad hoc. La primera en el tiempo es, como es sabido, la de Santoyo (1987), que se centra en el ámbito hispánico, con una breve presentación. Especialmente larga es la introducción que antepuso M. A. Vega a su antología más amplia (eminentemente europea), con la que pretendía “llenar una laguna” en un ámbito de la investigación que en España “todavía no goza de una situación digna y mucho menos justa con la tradición traductora de nuestro país” (Vega 1994: 19). Este prólogo me eximió –por así decirlo– de escribir algo semejante, y no lo hice: mi antología tenía –respecto de las ya publicadas– la ventaja de ser plurilingüe, aunque esa condición hizo que se limitara el número de textos (véase Lafarga 1996). Pocos meses antes había aparecido la muy completa antología de Dámaso López (1996), que acoge textos menos conocidos de las tradiciones rusa y oriental. La preparada por N. Catelli y M. Gargatagli (1998), que intenta reproducir “escenas de la traducción en España y América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros”, responde a un planteamiento culturalista, etnológico, insistiendo en la alteridad y con un toque novedoso poco disimulado, que se advierte en el título épatant de El tabaco que fumaba Plinio y en los epígrafes de muchos capítulos. Pero no es sólo el ámbito de la cultura castellana el que cuenta con antologías de este tipo. Así, existen dos antologías en lengua catalana: una con textos exclusivamente catalanes pertenecientes al siglo XX (véase Bacardí, Fontcuberta & Parcerisas 1998), y otra con textos de distintas culturas (ámbito europeo) reproducidos en lengua original y acompañados de la traducción catalana, que se basa en unos criterios e incluso en una selección (no puedo dejar de decirlo) muy parecidos a los utilizados en la antología publicada por mí mismo cuatro años antes (véase Gallén & al. 2000). También contamos con una antología de textos pertenecientes al ámbito de la cultura gallega (Dasilva 2003). Y, de un modo más específico, pues se centra en una época, citaré finalmente una antología de textos del siglo XVIII, precedida de un amplio estudio, preparada por Mª Jesús García Garrosa y por mí mismo y aparecida recientemente (2004)[4].

Métodos

Ya Antoine Berman, en su clásico L’épreuve de l’étranger, en la un tanto lejana fecha de 1984, llamaba la atención sobre la importancia de un estudio histórico de la traducción y de las traducciones:

La constitution d’une histoire de la traduction est la première tâche d’une théorie moderne de la traduction. À toute modernité appartient, non un regard passéiste, mais un mouvement de rétrospection qui est une saisie de soi. […] Il est impossible de séparer cette histoire de celle des langues, des cultures et des littératures –voire de celle des religions et des nations. Encore ne s’agit-il pas de tout mélanger, mais de montrer comment, à chaque époque, ou dans chaque espace historique donné, la pratique de la traduction s’articule à celle de la littérature, des langues, des divers échanges interculturels et interlinguistiques.

La cursiva es del original

Berman 1984: 12-13

Por su parte, V. García Yebra, en la lección inaugural de las I jornadas de Historia de la Traducción de León, o sea, al principio del principio –en ámbito español–, se refería a la necesidad –y a la dificultad– de historiar la traducción:

No se ha escrito hasta ahora una historia que abarque las principales manifestaciones de esta actividad cultural desde sus comienzos hasta nuestros días en todas las literaturas. Tal empresa sobrepasa las fuerzas de cualquier individuo, incluso las de un equipo amplio y bien concertado.

García Yebra 1988: 11

Y, desde esa fecha, han sido muchos los autores que han manifestado su opinión sobre el interés y la necesidad no sólo de que exista una historia de la traducción y tenga un reconocimiento científico, sino de que deba formar parte viva y activa de los estudios de traducción.

Tal vez uno de los que con más contundencia se haya manifestado en este sentido sea L. D’hulst en un artículo de 1994, en el que, entre otras cosas, enumeraba las ventajas de un análisis histórico de las traducciones. Serían: a) facilitar al neófito una excelente vía de acceso a la disciplina; b) proporcionar al investigador la flexibilidad intelectual necesaria para enfrentarse a nuevas maneras de pensar (se supone la traducción); c) incitar a una mayor tolerancia ante formas eventualmente desviadas de pensar las cuestiones de traducción; d) constituir prácticamente el único medio de encontrar la unidad de la disciplina, relacionando el pasado con el presente; e) permitir a los traductores recurrir a modelos del pasado (véase D’hulst 1994: 13).

También J. Delisle ha abordado en varias ocasiones esta cuestión, insistiendo de manera muy concreta en cómo debe escribirse y cómo no debe escribirse la historia de la traducción. En realidad, del comentario de lo que no debe hacerse o, mejor dicho, de lo que no constituye por sí mismo una historia de la traducción (las cronologías, los repertorios bibliográficos, las colecciones de textos sobre traducción, los relatos anecdóticos, las biografías de los traductores) se desprende la idea de que una verdadera y completa historia de la traducción comprendería todo eso, y seguramente mucho más (véase Delisle 1996: 42-47)[5].

De hecho, la mayoría de obras publicadas que se presentan como historias de la traducción de un ámbito geográfico-cultural determinado o incluso de una época concreta no conjugan todos esos criterios, ante la imposibilidad de tener en cuenta informaciones tan distintas y, a menudo, incompletas[6]. En algunos casos, el de la cultura española, sin ir más lejos, podemos preguntarnos cómo es posible redactar una historia de la traducción razonada cuando, para muchas épocas, no disponemos todavía de repertorios completos y fiables de traducciones.

Por su parte, A. Pym (1998a) se ha interesado también en el problema de la necesidad de contar con una metodología para escribir la historia de la traducción. Tras poner en entredicho algunos acercamientos realizados hasta el momento, que insistían más en aspectos cuantitativos (repertorios, cronologías, mapas de las traducciones) y críticos (análisis de las traducciones en sus relaciones con sus originales), aboga por prestar mayor atención a los traductores, pues en su opinión son ellos los verdaderos artífices del proceso traductor y se hallan precisamente en un espacio intercultural (entendido como intersección o solapamiento de culturas) que considera prioritario en el momento de abordar el estudio de la traducción.

No quisiera cerrar este capítulo sin mencionar las –escasas– obras publicadas en España sobre metodología de la historia de la traducción. En primer lugar el breve opúsculo de B. Lépinette (1997), en el que plantea la existencia de dos métodos de análisis en historia de la traducción: el sociocultural y el histórico-descriptivo. El primero se ocuparía de hallar las relaciones de causa y efecto que explican la realización de determinados ejercicios traductores y las consecuencias que dicha realización acarrea para el ámbito receptor. Por su parte el método histórico-descriptivo tendrá en cuenta, por un lado las teorizaciones de que ha sido objeto la traducción en distintos momentos históricos, o sea, las condiciones metatextuales en las que se ha producido la traducción, y por otro los propios textos en relación con sus originales, con el objeto de dejar al descubierto las tomas de decisiones de los traductores y averiguar sus motivaciones.

Por su parte, S. López Alcalá (2001), además de realizar una acertada síntesis de ideas aparecidas en obras anteriores, entre ellas las de la propia Lépinette, distingue tres posibles métodos de estudio en historia de la traducción: el método erudito, caracterizado por la acumulación de datos y cuyo objetivo consiste en exponer los hechos y ordenarlos según criterios cronológicos, temáticos u otros; el método analítico-sintético, que conlleva una selección de datos para su interpretación, buscando las relaciones de causa a efecto; y el método estadístico, que implica una cuantificación de los datos analizados, estableciendo índices de frecuencia, porcentajes, etc. Es obvio que los tres caminos se necesitan y complementan, y que un estudio histórico de la traducción en una época determinada será tanto más completo si se utilizan todos los recursos disponibles, lo cual no siempre es posible, sobre todo si se trabaja en épocas remotas para las cuales falta a veces toda la información necesaria.

Realizaciones

Hasta hace relativamente poco, la historia de la traducción en ámbito español, ocupaba un espacio muy restringido en el contexto internacional. En efecto, como es sabido y se ha puesto a menudo de manifiesto, la conocida Histoire de la traduction en Occident de H. van Hoof (1991) carece, amén de índices y bibliografía, de los capítulos correspondientes no sólo a España, sino también a otros países tan al oeste como Canadá o los Estados Unidos, mientras que parece poco clara la “occidentalidad” de Rusia, por lo menos hasta finales del siglo XVIII. En un estudio posterior, aparecido en Hieronymus Complutensis, el autor, sin hacer mención alguna a su Histoire, esboza una historia de la traducción en España en 14 páginas, que contiene no sólo algunas erratas en nombres y títulos, sino varios errores de bulto, como el situar a Concha Zardoya o a Marcel Proust a mediados del siglo XIX (véase Hoof 1998)[7]. En cuanto a las menciones bibliográficas, de las 28 que relaciona, 17 se refieren a traducciones del árabe o a la labor de la escuela de Toledo, mientras que de las grandes fuentes menciona a Menéndez Pelayo, el En torno a la traducción de García Yebra (no la Traducción: historia y teoría, que es más específico y rico) y la Bibliografía antigua de Santoyo.

Otro resumen de historia de la traducción en España es el redactado por A. Pym para la Routledge Encyclopedia of Translation Studies; consta de 9 páginas a doble columna, más 2,5 páginas de biografías, que incluyen a Alfonso X, Alonso de Cartagena, Francisco de Encinas, Gerardo de Cremona, el canciller López de Ayala, Alonso de Madrigal, Ortega y Gasset, Raimundo de Toledo, Casiodoro de Reina y el marqués de Santillana. De las 17 columnas de texto, 5 están dedicadas a la Edad Media, 3,5 al siglo XVI (insistiendo en las traducciones de la Biblia), 3,5 a los siglos XVII, XVIII y XIX, 1,5 al siglo XX y 3,5 a la situación actual (aludiendo a la organización profesional, la enseñanza, y algunas publicaciones y revistas). Seguramente un artículo de enciclopedia no da para más por una elemental cuestión de espacio; el problema no está ahí, sino en la distribución interna, en la insistencia en determinados aspectos en perjuicio de otros. Nótese que de los traductores objeto de tratamiento particular sólo uno pertenece a una época más acá del siglo XVI (véase Pym 1998).

También aborda la historia de las traducciones, aunque referidas sólo al ámbito de la cultura vasca, Xabier Mendiguren (1992) en uno de sus libros sobre traducción, si bien la parte de la historia es reducida respecto al desarrollo teórico.

Es curioso que el primer estudio de conjunto en forma de libro apareciera fuera de España: se trata de un texto de 80 páginas en italiano, presentado como grandes rasgos de la historia de la traducción en España, de Mª del Carmen Sánchez Montero, 19 de las cuales (9-28) inciden sobre la traducción en la Edad Media, 14 tratan de los Siglos de Oro, 8 del siglo XVIII, 8 también del XIX, y poco más de 13 del XX. La autora, apoyándose preferentemente en la Biblioteca de traductores españoles de Menéndez Pelayo (a quien llama normalmente por su segundo apellido) y en la antología de Santoyo, combina elementos de historia de las traducciones con el pensamiento sobre la traducción para la Edad Media y los Siglos de Oro, pero se limita a hacer consideraciones acerca del discurso sobre la traducción para las épocas restantes (véase Sánchez Montero 1998).

No pueden olvidarse las valiosas aportaciones de V. García Yebra, reunidas en los dos libros de Gredos y en particular en el último, titulado Traducción: historia y teoría (1994). Como es sabido, el autor toca distintos temas de historia, en especial vinculados con la Edad Media y los Siglos de Oro, aunque estos estudios no presentan una ordenación sistemática y no pretenden ser exhaustivos.

Numerosos estudios específicos sobre historia de la traducción –normalmente en forma breve, constituyendo conferencias, comunicaciones a congresos o artículos de revista– se hallan dispersos y, a menudo, reunidos en distintas publicaciones, la mayoría no centradas concretamente en este ámbito.

He dicho la mayoría, porque algunas de las que quería mencionar sí declaran -al menos en su título- su intencionalidad histórica. La primera, por descontado, Fidus interpres, esos dos pequeños volúmenes que dieron a conocer las conferencias y comunicaciones presentadas en las I jornadas nacionales de historia de la traducción, celebradas en León en febrero de 1987, y que reunieron a un centenar largo de participantes. Jornadas que, con el tiempo, han ido perdiendo –aun conservando el título– su carácter eminentemente histórico (véase Santoyo 1988-1989).

Otras publicaciones colectivas que se sitúan en una óptica histórica, total o parcialmente, son el fruto de sendos coloquios. Así, el volumen Teatro y traducción, que reúne los trabajos presentados en el primer coloquio celebrado en España en el ámbito de la traducción teatral, contiene un buen número de artículos situados en una perspectiva histórica (véase Lafarga & Dengler 1995); en cuanto al titulado Teatro clásico en traducción, es la plasmación de un encuentro celebrado en la Universidad de Murcia, con trabajos relativos tanto al teatro grecolatino como a los teatros español, francés e inglés en sus épocas clásicas (véase Pujante & Gregor 1996). En cuanto al volumen Traducir la Edad Media, recoge las actas de otro coloquio, en esta ocasión de la Universidad de Granada, con 25 trabajos la mayoría referidos a la traducción en ámbito hispánico (véase Paredes & Muñoz 1999). Mencionaré para terminar dos volúmenes en cuya realización he estado presente: La traducción en España, 1750-1830, que contiene las comunicaciones presentadas en el coloquio del mismo título celebrado en la Universidad de Barcelona, en el que se insiste sobre distintos aspectos teóricos y mayormente prácticos sobre la situación de la traducción en la mencionada época (véase Lafarga 1999), y Neoclásicos y románticos ante la traducción (véase Lafarga, Palacios & Saura 2002), que se presenta como una continuación temporal del anterior.

Artículos o trabajos breves sobre historia de la traducción y del pensamiento traductor han ido apareciendo en otros volúmenes colectivos de índole más general, normalmente también fruto de coloquios y encuentros. Conviene mencionar en primer lugar, por su veteranía, los Encuentros complutenses, que han celebrado ya diez ediciones, ocho de las cuales se han publicado, ya como tales o con título propio. En todos los volúmenes existe un apartado dedicado a la historia, amén de encontrar algunos trabajos de índole histórica entre los dedicados a la teoría de la traducción (véase Raders & Conesa 1990, Raders & Sevilla 1993, Raders & Martín-Gaitero 1994, Martín-Gaitero 1995, Vega & Martín-Gaitero 1997, Vega 1999, Vega & Martín-Gaitero 1999 y 2003, Vega 2003). También los congresos internacionales organizados por el Departamento de Traducción de la U. Autónoma de Barcelona han ido apareciendo con los años: tres por ahora (véase Edo 1996, Bacardí 1997 y Orero 1998, respectivamente). Los criterios que se han utilizado para distribuir las comunicaciones no son, sin embargo, uniformes. Conviene decir de entrada que ninguno contempla un apartado dedicado a la historia. Con todo, hay varios trabajos de corte histórico: en el I congreso pueden hallarse bajo los epígrafes “Traducción literaria (prosa)”, “Traducción literaria (verso)” y “Teatro y traducción”; en el II bajo “Transferencia cultural y traducción literaria”, y en el III como “Teoría de la traducción” o “Traducción literaria”.

Por su parte, los Estudios sobre traducción e interpretación de Málaga, que han aparecido en dos ocasiones (véase Félix & Ortega 1997 y 1999), no presentan entre sus numerosos apartados ninguno dedicado a la historia: como en el caso de los congresos de la Autónoma de Barcelona, hay que ir a buscar algunos trabajos –pocos en este caso– en rúbricas como “Teoría de la traducción” y “Traducción literaria”.

Como sabemos, las actas de las jornadas de León, a partir de la segunda edición, han venido apareciendo en la revista Livius. Con motivo de la publicación del número 10 (1997) se hizo en las propias páginas de la revista una recapitulación de los trabajos publicados (véase Villoria 1997). Aunque predominan los estudios consagrados a aspectos históricos (reunidos, incomprensiblemente, en dos apartados: “Historia de la traducción” y “Traducción: evolución histórica”; otros se encuentran bajo “Teorías de la traducción”), no son pocos los que han debido distribuirse en rúbricas tan poco históricas como “Prácticas de la traducción”, “Campo profesional” o “Problemática de la traducción”. Prueba fehaciente de esa desviación que ha afectado gradualmente a las jornadas, a la que ya he aludido antes.

Esta situación de relativa penuria, sobre todo si pensamos en obras de intención panorámica, empezó a corregirse hace ahora cinco años, pues a lo largo del 2000 aparecieron dos obras notables, con una orientación distinta: Negotiating the Frontier: Translators and Intercultures in Hispanic History de A. Pym y la Aproximación a una historia de la traducción en España de J. F. Ruiz Casanova.

El primero constituye un recorrido discontinuo por un conjunto de doce momentos que el autor considera ejemplares en la historia de la traducción en el mundo hispánico, desde el siglo XII hasta nuestros días, retomando y ampliando algunos apartados de su contribución, ya mencionada, a la Routledge Encyclopedia of Translation Studies. Varios de ellos pertenecen a la Edad Media –Escuela de Toledo, la traducción del Corán y de la Biblia, la figura de Alfonso X, etc.–, otros están vinculados al lugar de la traducción en la expansión del castellano como lengua del Imperio, los traductores en el exilio (o el exilio de los traductores), Rubén Darío y las traducciones del fin de siglo, las antologías de traducción poética de inicios del siglo XX o los traductores y los juegos olímpicos de Barcelona ‘92. A pesar del carácter fragmentario de un acercamiento de este tipo, el estudio permite establecer vinculaciones entre fenómenos sucedidos a siglos de distancia e intenta poner de relieve que algunos hechos contemporáneos hunden sus raíces en el pasado.

A pesar de su título modesto y precavido, la obra de Ruiz Casanova tiene el mérito, aparte de su carácter pionero, de presentar un panorama histórico a lo largo de los siglos, vinculando la historia de la traducción –literaria– a la historia de la literatura y sus grandes períodos cronológicos habituales: Edad Media, Siglos de Oro, siglos XVIII, siglo XIX y siglo XX. Todos los capítulos contienen como elemento introductorio y contextualizador un apartado sobre “Lengua y literatura”, en el que se intenta dar razón del contexto lingüístico y literario con el fin de insertar la traducción como una práctica cultural más. Aun cuando el autor desecha, como posible estructuración de una historia de la traducción, la labor de los traductores, en la práctica su obra está focalizada en gran medida en este aspecto: de hecho, sus nombres aparecen destacados en negrita y el único índice onomástico previsto es precisamente de traductores.

En una perspectiva igualmente histórico-cronológica, aunque con planteamientos y elementos algo distintos, se sitúa la reciente Historia de la traducción en España, editada por Luis Pegenaute y por mí mismo (2004).

Es objetivo de esta obra presentar adecuadamente, siguiendo un orden cronológico, la situación de la traducción en España en distintos períodos históricos, combinando las referencias a la actividad traductora con las necesarias alusiones a las poéticas traductoras vigentes o generalmente aceptadas en cada período.

Habida cuenta de la diversidad lingüística y cultural de España, se ha previsto la presencia de capítulos específicos que contemplen la situación en otros ámbitos lingüísticos y culturales españoles, aparte del castellano: catalán, gallego y vasco. Y esa es, a mi entender, una de las novedades que aporta esta historia respecto de las aparecidas con anterioridad, puesto que, con independencia del tratamiento autónomo del que pueden ser objeto tales culturas, con un desarrollo más amplio, sin duda, del que han podido hallar en esta obra por las inexcusables limitaciones de espacio, nos pareció a los editores que debían estar presentes[8]. Las mismas limitaciones –unidas a dificultades de concepto– nos hicieron desechar finalmente la idea, barajada durante cierto tiempo, de incluir un capítulo dedicado a la América colonial.

Por razones de tipo histórico y también cuantitativo, se ha dedicado un mayor espacio a la traducción en el ámbito de la cultura castellana, necesariamente segmentada en distintos apartados. Esto suscitó el problema de la periodización, inherente a todo panorama histórico. Aun cuando se ha debatido bastante sobre los criterios a utilizar para determinar la periodización de la historia de la traducción, puesto que la historia que íbamos a escribir sería, sobre todo, aunque no sólo, una historia de la traducción literaria, parecían imponerse los criterios utilizados usualmente en la historiografía de la literatura española. Ofrecían dificultad, sin embargo, a esta opción conceptos tales como “literatura nacional” o “literatura española”. En efecto, ¿puede hablarse de literatura española en la Edad Media, en una época en la que ni siquiera existía la idea de “España”? Y cuando se usa el término “nacional”, ¿a qué nación o nacionalidad nos estamos refiriendo? Un traductor, o un escritor, de Barcelona, que traduce o escribe en castellano, ¿a qué ámbito cultural o a qué literatura pertenece? Y aunque se rehicieran las fronteras literarias sin tener en cuenta las divisiones geopolíticas, en algunos casos tales fronteras deberían describir tales meandros que el mapa resultaría ininteligible.

Y si la división espacial planteaba dificultades, también las presentaba la compartimentación temporal. Resultaba necesario, para ordenar el conjunto, establecer cortes cronológicos, por convencionales que fueran. Con todo, en función de la unidad y coherencia interna de cada período, parecía descartable una segmentación por siglos, puesto que los fenómenos literarios –y culturales en general– difícilmente se adecuan a los cortes por centurias. Por otra parte, la necesidad de aglutinar elementos comunes resulta más patente al tratar de épocas remotas, y, de este modo, se aprecia una tendencia a compartimentar la periodización de forma mucho más amplia para épocas alejadas de nosotros en el tiempo, y a hacer mucho más restringida tal periodización en épocas más cercanas.

Otra consideración a tener en cuenta en una periodización de la historia de la traducción está relacionada con el mismo objeto de estudio: el fenómeno de la traducción –o sea, los textos traducidos y la labor de los traductores– y su impacto en la cultura de llegada. Dado que ese estudio se centra, sobre todo, en aspectos observables o verificables, en ocasiones se lo ha calificado de aproximación empírica o empírico-descriptiva. Es conocida la utilización en los estudios sobre la traducción de los presupuestos polisistémicos, y no es este el lugar de describirlos o de defenderlos. En cualquier caso, la gran diferencia –a nuestro modo de ver– entre la historia “tradicional” de la literatura y la historia de la traducción es que ésta, tal vez por ser más joven, se ha desprendido de los prejuicios de aquella, y ha venido prestando atención a aspectos tenidos por secundarios, como la insistencia en la vida literaria, en la interrelación de los elementos que conforman una literatura determinada, en los factores externos a la literatura que inciden en ella.

Teniendo en cuenta –o intentando tener en cuenta– todas estas consideraciones, se ha articulado esta Historia de la traducción en España en ocho apartados, de desigual extensión: la Edad Media (J.-C. Santoyo); la época del Renacimiento y del Barroco (J. M. Micó); el siglo XVIII, de la Ilustración al Romanticismo (F. Lafarga); la época romántica (L. Pegenaute); el Realismo y el Fin de siglo (L. Pegenaute); de las vanguardias a la guerra civil (M. Gallego Roca); de la guerra civil al pasado inmediato (M. A. Vega), y la situación actual (L. Pegenaute).

La parte dedicada a la traducción en el ámbito de la cultura catalana ha sido desarrollada por varios autores (J. Pujol, J. Solervicens, E. Gallén y M. Ortín) en función de los distintos períodos abordados; de la traducción en ámbito gallego se ha encargado C. Noia y en ámbito vasco X. Mendiguren.

Se ha procurado dar un carácter uniforme a los distintos capítulos, respetando la iniciativa de los autores de los mismos. En cualquier caso, cada capítulo tiene en cuenta, como norma general, los siguientes aspectos: diversidad de las traducciones literarias, con eventuales alusiones a traducciones de textos no literarios, agentes de la traducción (traductores, mecenas o impulsores de la traducción, mundo editorial, etc.), relación entre traducciones y pensamiento traductor, recepción de la literatura traducida, relación entre literatura traducida o importada y literatura autóctona.

Soy consciente de las limitaciones de un trabajo de esta índole, el cual, a pesar de su desarrollo, necesitará a buen seguro de precisiones, ampliaciones y comentarios que no tienen cabida en una visión panorámica como la que hemos realizado. Aun cuando no se hubieran alcanzado plenamente los objetivos propuestos –creo, aunque no soy el más indicado para decirlo, que, en la mayoría de los casos, así ha sido– queda un conjunto de elementos informativos[9], de pistas, de sugerencias que abrirán, así lo espero, nuevos caminos para seguir investigando.

Precisamente uno de estos caminos debería llevar –y este es un proyecto que mi amigo Luis Pegenaute y yo mismo tenemos en fase avanzada de fijación– a la constitución de un Diccionario histórico de la traducción en España[10]. En efecto, una vez establecido el panorama histórico de la traducción, parece útil, cuando no necesario, conocer de modo más profundo la personalidad y la labor de los traductores, por una parte, así como la traducción y recepción de las grandes obras y autores de la cultura universal; y esta es una información que no tiene normalmente cabida en una obra de corte histórico y cronológico, necesitando, en consecuencia, de un tratamiento particular y sistemático. La obra se basará en dos grandes ejes. Por una parte, el centrado en la cultura receptora, constituido por la relación de traductores españoles significativos –a partir de criterios de calidad o importancia histórica de su tarea o de la fuerza de su personalidad (su importancia, por ejemplo, como escritores, políticos, intelectuales, es decir, personas que se hayan distinguido en ámbitos no estrictamente traductores) –, y otras personas o entidades que han actuado de intermediarios de la tarea traductora (editores, editoriales, colecciones o series de traducciones, instituciones relacionadas con la traducción, premios de traducción), así como teóricos o críticos de la traducción. Por otra parte, el eje centrado en las culturas emisoras, que incluirán entradas relativas a grandes autores y obras de la literatura universal, así como a los ámbitos culturales que más presencia han tenido en la cultura receptora.

Para una empresa de este tipo confiamos contar con la necesaria colaboración de especialistas en historia de la traducción, literatura comparada y literaturas nacionales.

El recorrido efectuado hasta ahora ha puesto de manifiesto el florecimiento de la bibliografía española en materia de historia de la traducción en los últimos años, así como ciertas diferencias si se compara lo realizado en y para el contexto español con lo llevado a cabo en otros ámbitos culturales de nuestro entorno. En ocasiones, por habernos precedido en el tiempo, nos han servido de norte y guía. Por ello, justo es recordar, para terminar, los trabajos pioneros y magistrales de Louis Kelly (1979), de Frederick Rener (1989), de Henri van Hoof (1991), de Michel Ballard (1992), de Jean Delisle (1995), de Lawrence Venuti (1995) y tantos otros en el ámbito de la historia de la traducción; o los de Störig (1963), Horguelin (1981), Lefevere (1977 y 1992), Schulte & Biguenet (1992), D’hulst (1990) o Robinson (1997), por citar sólo algunos nombres, en el más específico del discurso o del pensamiento sobre la traducción.