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La RDA ha sido, durante sus cuarenta años de existencia, un Estado basado en el modelo político y social de la URSS. Sin embargo, no habría que considerarlo como un anexo o un simple “satélite’.

La RDA ha sido a todos sus efectos un Estado alemán, construido en una cultura y una nación fundadas en costumbres particularmente alemanas. Si bien es cierto que en un primer momento la tradición histórica prusiana y la cultura burguesa han sido desestimadas, a partir de los años 70 se ha llevado a cabo un trabajo de reapropiación gracias al giro historiográfico posterior a la controversia de “Erbe und Tradition’[1].

Reconociendo las tradiciones de la Historia alemana —y no solamente la herencia “progresista’— la RDA no estaba dotado únicamente de las características de un Estado comunista construido “en reacción’, sino que se consideraba ya como un Estado, alemán antes de nada, incluso como “die Krönung der ganzen deutschen Geschichte[2] {Meier, Schmidt, 1988, p. 15}

De todos modos, no se trata de una negación de la herencia comunista. La RDA había creado igualmente sus propios mitos reforzados con una simbología particular. Esta construcción aparece como siendo una necesidad para un Estado cuyo nacimiento, construido sobre las ruinas del tercer Reich, no podía rechazar ninguna forma de especificidad histórica alemana.

El mito del Antifascismo de los dirigentes de Alemania del Este durante la Segunda Guerra Mundial servía de base para la construcción política del Estado. Para su creación, hacía falta igualmente crear una pre-historia. Para ello, utilizar el acontecimiento de las revoluciones de 1918-1919, mas comúnmente caracterizado como “Revolución de Noviembre’, permitía legitimar un pasado revolucionario impuesto por la fuerza de los carros de combate soviéticos.

Los mitos de la Nación de la Alemania del Este han sido creados a partir de la gesta revolucionaria de 1918 y utilizados en gran parte gracias a la dialéctica comunista. Se trataba de transformar una derrota —la de la violenta revolución bolchevique frente a la revolución democrática de la social-democracia— en una victoria potencial a largo plazo. Esta victoria se expresa a través de la creación de la RDA, la cual no habría sido posible sin dicha revolución; se trata también y sobretodo, de una victoria, ya que su relato ha creado los mitos consecutivos, aunque también reconstruidos, de la nación de la Alemania del Este. Aunque fue una derrota en el sentido marxista del término, la revolución habría sido un momento simbólico de la Historia alemana. El estudio histórico ha servido en parte, de intermediario para la creación de esos símbolos, no tanto por lo que respecta al acontecimiento en sí mismo, como por las figuras emblemáticas que fueron sus principales actores, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.

Las dos revoluciones, la de noviembre y enero, aparentemente están en la misma línea, pero han sido descritas de manera diferente. La “Revolución de Noviembre’ era percibida como un elemento político del que se debía aprender. La de enero, como una alegoría, un mito.

Los revolucionarios de enero

El grupo Espartaco, salido de la extrema izquierda alemana, y precursor del partido comunista alemán[3], no ha representado un papel fundamental en la “Revolución de Noviembre’ de 1918. No ha sido más que el arranque de las fuerzas comunistas de Enero de 1919. El KPD[4] en cuanto inspirador directo de esta acción y la historiografía de la Alemania del Este, han atribuido al grupo un papel más importante del que había tenido en realidad.

Quizás la única victoria del pensamiento comunista a propósito del período llamado “la Revolución de Noviembre’ sea el haber podido dotarse de mitos. Los mitos funcionan a la vez como ejemplo constructivo y su contrario Hasta la caída del muro, el grupo Espartaco y la insurrección de enero de 1919 fueron considerados, y entendidos por la historiografía del Oeste, como un elemento singular de la “Revolución de Noviembre’.

Esta insurrección tiene origen al inicio del mes de Enero de 1919, cuando el prefecto de la policía de Berlín, Emil Eichhorn, cercano al ala izquierda del USPS, fue destituido de sus funciones. En efecto, se le reprochaba haber hecho de la Prefectura de la Policía “un centro de poder cuanto menos desleal al gobierno’ {Möller, 2005, p. 64}. La insurrección comienza el 5 de Enero y toca su fin cuando la Prefectura de Policía fue tomada en asalto, el 12, por las fuerzas gubernamentales. La revocación del Prefecto de Policía fue un elemento desencadenante, pero fue, sobretodo para los comunistas, la ocasión “de impedir con los instrumentos del pueblo lo que no podía ser impedido por los órganos revolucionarios’ {Möller, 2005, p. 65}. Sin embargo, el primer autor de la Alemania del Este que ha escrito sobre este período, Alexander Abusch, considera “que un golpe de estado espartaquista existe sólo como leyenda nacida de la propaganda anti-bolchevique en Enero de 1919’ {Abusch,1946, p. 212}[5]. Por el contrario, el examen de los hechos no le da la razón. De esta manera intentaba liberar de la responsabilidad a la KPD. Según él, —de acuerdo con el dogma marxista-leninista—, la insurrección, orquestada por el recién nacido KPD, no podía fracasar en su acción revolucionaria. Su visión estaba profundamente impregnada del pesimismo histórico y de la “teoría de la miseria’[6], la cual encuentra en el material de sublevación espartaquista un argumento de peso. La Historia de Alemania anterior a 1945 habría estado dominada por la miseria, puesto que las llamadas “fuerzas progresistas’ siempre habían sido inferiores a las supuestas “potencias reaccionarias’. El mismo nombre de “Espartaco’ simbolizaría este destino de las fuerzas revolucionarias en Alemania. Para los fundadores del movimiento, la referencia a Espartaco, esclavo que, liberándose de sus cadenas, había conseguido arrastrar con él a sus compañeros a los cuales servía de guía. Nombre evidentemente simbólico de la lucha del grupo sometido a un poder “despótico’. El paralelismo no tenía que ir más lejos. En cierta medida, Alexander Abusch lo ha interpretado como un nombre determinado. El movimiento, por su propia denominación, estaba destinado a acabar en unas condiciones tan trágicas como las de su modelo {Abusch, 1946, p. 210}. Así, la diseminación de los cuerpos deshechos de los insurgentes por las calles de Berlín se ha comparado a las rutas que llevaban a Roma en las que los esclavos eran puestos en cruz. Pues bien, podemos considerar que la comparación ha llevado a buen puerto: Espartaco fue considerado como “el esclavo que ha hecho temblar Roma’, el grupo Espartaco como el que hubiese podido dar la vuelta al destino de la República de Weimar.

En 1949, la instauración de un Estado comunista ha roto con ese pesimismo histórico[7]. La insurrección ha sido tratada como un acto heroico y sus actores considerados como héroes. La “Revolución de Noviembre’ era considerada en su desarrollo como una sucesión de derrotas producidas por una carencia o por un elemento contradictorio.

Sin embargo, la revolución tenía puntos positivos dentro de la historiografía de la Alemania del Este. Los hombres y mujeres que estuvieron desde el principio fueron colocados sobre un pedestal.

Figuras retóricas

Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht han sido las alegorías de esta revolución de 1918, la cual toca su fin en Enero de 1919 y en la que fueron las figuras emblemáticas. Han sido, según la historiografía oficial, glorificados como héroes de ese período. Esta historiografía muestra aquí plenamente su carácter de legitimación. Las figuras de Libknecht y de Luxemburgo eran mas cercanas a la hagiografía moderna que al estudio científico del papel y de las acciones de los personajes históricos. Los historiadores del Este no han atribuido más que una importancia muy sucinta a sus artimañas durante la revolución. Se han detenido más en su dimensión heroica, es decir, en la impresión dejada. Fue así construida la leyenda de los “héroes de la revolución’. El vocabulario lírico utilizado es el de una exaltación. Worfgang Ruge, historiador de la Alemania del Este y especialista en la República de Weimar, describió a Kart Liebknecht como al “pensador valiente e inspirado en la poesía inmortal del combate por la libertad, el ardiente antimilitarista, y el íntegro magistrado popular’ {Ruge, 1969, p. 26}[8]. Sin embargo, nunca intentó explicar ni argumentar en este sentido. No citaba ningún discurso de Liebknecht en el que la guerra había sido fustigada por el recurso a una de las más agudas retóricas. Utiliza la misma verborrea para describir a Rosa Luxemburgo, “teórica brillante, una de las mujeres mas inteligentes y humanas de la historia mundial.’ Las figuras de Kart Liebknecht y Rosa Luxemburgo estaban ligadas de manera casi sistemática, así como las de una pareja.

La retórica es pues lo que nos puede hacer pensar a una hagiografía. Si bien la RDA se ha definido como un Estado ateo, las figuras de Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht han sido percibidas como “santos laicos’ del Estado de la Alemania del este y del movimiento comunista alemán. En la religión cristiana, la figura del santo es la de un mártir. La denuncia injuriosa de los asesinos forma parte de la puesta en escena de esta representación. De este modo, según Worfgang Ruge, han sido “asesinados (…) por sádicos corruptos’ {Ruge, 1969, p. 26}[9]. Para Alexander Abusch, se trata de “precursores de las bandas SS’ {Abuch, 1946, p. 213}[10]. Es evidente que era imposible hablar de cualquier tipo de SS en el año 1919. Sin valor histórico, esta comparación se atribuía perfectamente a la retórica antifascista alrededor de la cual, recordémoslo, se había constituido la RDA. Un proceso de canonización siempre es parcial y partidista. En este sentido, el trabajo completado por el historiográfico de la Alemania del este con respecto a Rosa Luxemburgo y kart Liebknecht puede ser entendido hoy como una empresa puramente hagiográfica. A imagen de los santos, los cuales estructuran el funcionamiento y los ritos de la iglesia, “el heroísmo’ de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo legitima y crea una mística que estructura la RDA. La muerte da el último toque a una vida de santidad. Con el mismo espíritu, Kart Liebknecht y Rosa Luxemburgo han sido tanto mitificados cuanto “héroes sacrificados’.

Alexander Abusch ha dedicado un capítulo entero al heroísmo de Kart Liebknecht —“Kart Liebknecht, héroe y víctima’[11] {Abusch, 1946, p. 202-210}. Aún cuando su visión de la historia no sea exactamente la de un turiferario, a su parecer Kart Liebknecht pertenecía a la vertiente “positiva’ de la Historia alemana. La retórica de la glorificación se acompaña con la de la muerte. “Al lado de Kart Liebknecht se encontraba una mujer fuera de lo común, camarada de lucha que le acompañó hasta su muerte: Rosa Luxemburgo.’ {Ruge, 1949, p. 205}[12]

Más que héroe, es una pareja cuya fuerza reside en la desaparición simultánea que se ve así glorificada por la Historia. La muerte de Rosa Luxemburgo y de Kart Liebknecht, la cual marca el fin del levantamiento espartaquista, sobrevino efectivamente el mismo día, el 15 de Enero de 1919.

Sin embargo, no fallecen juntos. Rosa Luxemburgo fue asesinada por los cuerpos francos y su cuerpo tirado en el Landwehrkanal en Berlín. Kart Liebknecht, por su parte, fue abatido en el Tiergarten durante su traslado a prisión. Si se ha admitido que han encontrado la muerte juntos fue gracias al combate revolucionario común que les había reunido. Pero si hubiesen encontrado solamente la muerte, probablemente el deshonor de la derrota del movimiento les habría avasallado. Para darles un alcance que sobrepasase la RDA, Wolfgang Ruge escribió que “en los combates de Enero de 1919 en Berlín, los héroes alemanes de la libertad no han conocido muerte mas deshonrosa que sus hermanos de Francia o de Rusia’ {Ruge, 1969, p. 28}[13]. Los coloca al mismo nivel que los héroes de la Revolución francesa “el martirio de ‘Karl y Rosa’ {fue} un símbolo unificador cuyo empuje iba a sobrepasar con mucho la influencia real que estos personajes habían ejercido durante sus vidas’ {Peukert, 1995, p. 46}. La muerte idealizada les ha permitido adquirir este estatus consensual. Como lo ha escrito Worfgang Ruge: “Recordando a Rosa Luxemburgo Lenin dice con admiración: ’era noble’’, aún cuando le hubiese atacado firmemente “con respecto a numerosas e importantes cuestiones de la teoría marxista-leninista’ {Abusch, 1946, p. 206}[14].

Sus discrepancias eran en efecto muy importantes. La muerte de Rosa Luxemburgo las ha borrado. Desde entonces, sus proposiciones pudieron ser interpretadas dentro del dogma marxista-leninista. Con su sacrificio, la “Juana de Arco’ de la Alemania del este había ofrecido a la RDA uno de sus mitos fundadores.

Rosa Luxemburgo y Lenin

Para Wolfgang Ruge, los ataques que Lenin dirigió contra Rosa Luxemburgo se habrían referido a “su falsa teoría del mecanismo del hundimiento del capitalismo y su supuesta incomprensión del papel de un partido obrero revolucionario en tanto que instancia dirigente’[15] {Abusch, 1946, p. 206}. Por el contrario, Rosa Luxemburgo había estado, en 1918, al principio de la creación del KPD. A diferencia de Lenin, para ella el partido comunista no era más que un medio y no encarnaba la futura dirección del poder. Sus posiciones críticas sobre el partido se habían atenuado un poco, pero ella rechazaba en todo momento y fundamentalmente la teoría de Lenin llamada de “l’Avant Garde’. Rosa Luxemburgo había formulado algunas reservas con respecto a esta teoría y defendía una revolución socialista “de base’ {Haug, 1994, p. 800-808}. Había considerado “que las masas (…) no necesitaban ’guía’, que ellas mismas eran el ’guía’’ [Luxemburgo, 1955, p. 42]. Si bien había declarado que quería confiar el poder a los Consejos de obreros, “había prohibido el uso del terror para hacerse con el mismo’ [Wahl, 1993, p. 16] como fue el caso en Rusia. Las oposiciones entre Rosa Luxemburgo y Lenin se apoyaban en el carácter dictatorial de la revolución. No se trataba de una cuestión de fondo sino de los medios a utilizar para la puesta en marcha de la dictadura del proletariado. Para Lenin, el partido de tipo bolchevique era el que habría permitido poner en funcionamiento “una fuerza de represión particular del proletariado contra la burguesía’ [Lenin, 1960, p. 409][16]. Para Rosa Luxemburgo, la dictadura del proletariado se situaba al nivel de la simple toma de poder por parte de la clase obrera. La democracia del pueblo ejercida en el seno de los Consejos, o de los Soviets en Rusia, habría sido su concepción de la dictadura del proletariado. Ésta habría sido democrática, mientras que para Lenin era entendida de manera violenta. La dictadura del proletariado, según ella, habría debido ser la aplicación y el ejercicio de la democracia por parte de la clase obrera, rompiendo con la democracia formal de tipo burgués.

Los históricos del Este han minimizado las divergencias de opinión entre Lenin y Rosa Luxemburgo con el fin de declarar heredera común a la RDA. Los escritos en los que Rosa Luxemburgo había criticado vivamente a Lenin han sido menoscabados en la RDA. Las divergencias se encuentran principalmente en la Revolución Rusa. Para empezar, los históricos del Este han rechazado este texto escrito en 1917 en la cárcel, y han puesto el acento sobre otros textos en los que había rechazado la democracia formal. Walter Ulbricht insistió en un artículo aparecido en el periódico comunista la Rote Fahne[17] el 18 de Noviembre de 1918, en el que ella estaba dominada por los métodos “burgueses’ del SPD en la “Revolución de Noviembre’ [Ulbricht, 1958, p. 40]. Las cartas a Mathilde Jacob[18], así como la totalidad de sus obras (Gesammelte Werke) publicadas en RDA, han demostrado que Rosa Luxemburgo no había abandonado nunca sus posiciones críticas con respecto a Lenin, y que incluso había intentado convencer de ello a sus compañeros del grupo Espartaco a su salida de la cárcel. Desde entonces, los históricos del Este intentaron minimizar y relativizar los puntos de desacuerdo.

Anheléis Laschitza y Günter Radczun insistieron sobre el hecho de que “para Rosa Luxemburgo, la dictadura del proletariado era la ‘democracia absoluta’’, es decir “la democracia en la sociedad socialista’[19] [Laschitza, Radczun, 1971, p. 437]. En efecto, Lenin y Rosa Luxemburgo habían tenido el mismo objetivo, el establecimiento del comunismo por la acción revolucionaria. La Revolución Rusa fue considerada como “un manuscrito inacabado’ [Laschitza, Radczun, 1971, p. 335-345]. Afirmar que era inacabado, es pensar que su demostración es incompleta y, por lo tanto, mal entendida. Llevan a cabo la relectura del texto, con el fin de que se entienda mejor, es decir, transformaron las oposiciones entre Rosa Luxemburgo y Lenin en puntos de convergencia por la vía de la argumentación retórica: “Si Rosa Luxemburgo se ha peleado con Lenin, se entiende que para ella esta disputa estaba destinada a encontrar la mejor vía (…) par ayudar, en el plazo de tiempo mas breve posible, a la victoria de la objetiva legitimidad de la caída del Capitalismo por el Socialismo’[20] [Laschitza, Radczun, 1971, p. 436]. De la lectura de la Revolución Rusa, los históricos occidentales no han retenido más que el ataque de Rosa Luxemburgo a Lenin. Esos ataques han sido empleados a continuación para desmontar la incoherencia del pensamiento comunista y la ausencia de unanimidad de las tesis de Lenin, incluso en su propio campo. Para los históricos del Este, era importante mostrar que las proposiciones de Rosa Luxemburgo se referían solo a cuestiones de forma y no de fondo, que Rosa Luxemburgo era a todos efectos una “revolucionaria’. Así se precisó que “nunca en su vida Rosa Luxemburgo se expresó en nombre del antibolchevismo, ideología militar del capitalismo financiero, que utilizó a la burguesía imperial como arma para mantener en su lugar al sistema de dominación’[21] [Laschitza, Radczun, 1971, p. 236]. Yendo al encuentro de Lenin, sus proposiciones, no hubiesen hecho de ella una anti-bolchevique. Si ella lo afirmó, no ha sido más que para poner en tela de juicio los medios bolcheviques y no su finalidad.

La controversia ideológica entre Lenin y Rosa Luxemburgo muestra que la salida de la “Revolución de Noviembre’ no habría podido ser de tipo bolchevique. Se puede así considerar, de una cierta manera, que la “Revolución de Noviembre’ entendida como abortada o inacabada por la RDA y sus históricos, no habría sido más que una completa reconstrucción y de naturaleza fantástica.

El hecho de glorificar a Rosa Luxemburgo aparece igualmente como si fuese una necesidad para la RDA. Era una de las pioneras del movimiento revolucionario, su exclusión podría haber sido utilizada por sus “adversarios’ y volverse argumento de peso contra las tesis de los históricos alemanes del este sobre la “Revolución de Noviembre’.

A pesar de todo, aún cuando sea un icono de la “revolución alemana’, nunca tuvo dentro de la historiografía de la Alemania del este, el mismo lugar que Lenin o Kart Liebknecht.

Los iconos de la revolución

En no pocos aspectos, Rosa Luxemburgo fue difícil de integrar dentro de la historiografía de la Alemania del este. La historia estaba fuertemente ligada al poder, y con él a sus símbolos. Razón por la que el estudio de la iconografía de la RDA puede formar parte integrante del estudio de su historiografía.

De hecho, las figuras glorificadas por los históricos tenían su equivalente en los símbolos del Estado. Reconocido como un guía al que la historiografía de la Alemania del este ha concedido un lugar importante, Lenin era representado en forma de busto o de estatua, en los espacios públicos, concerniesen o no a la autoridad del Estado.

Así también, los acontecimientos históricos importantes y fundadores como la Revolución Rusa, eran representados bajo forma de ilustraciones. La proclamación de la República socialista alemana por kart Liebknecht ante el castillo imperial (Stadtschloss) el 9 de Noviembre de 1918 era una imagen frecuente para ilustrar la “Revolución de Noviembre’. Mediante su representación, las figuras de Lenin y Liebknecht venían relacionadas y percibidas bajo un prisma de igualdad.

La imagen de Rosa Luxemburgo se juntaba a menudo a la de Kart Liebknecht por las razones que hemos evocado. Sin embargo, y tal vez porque era una mujer, no fue nunca representada en la acción de la revolución, de manera concreta o alegórica, como lo eran Lenin y Kart Liebknecht. Es verdad que, para glorificar la “revolución’, en una sociedad tan cerrada a las mujeres como lo era la RDA, representar a un dirigente revolucionario en falda no era ni siquiera factible. Su inclinación por la estética y la moda de vida burguesa no le daba el aspecto de una “verdadera proletaria’. Su imagen en falda y sombrero no es comparable a la de Lenin guiando al pueblo, indumentado con una gorra de obrero. Así, a menudo venía representada en medallas en las que se había rediseñado los rasgos de su rostro. En estas medallas su rostro, puro y angélico, recordaba las representaciones religiosas de la virgen.

Al igual que Marx, fue a menudo representada como una teórica. En cambio, la RDA no ha negado su participación en la revolución e incluso ha descrito su final como “heroico’, la muerte de una “verdadera revolucionaria’. En lo que concierne a la cuestión de la representación, la elección de los términos resulta muy importante. Liebknecht es el “pensador’ (“Denker’) de la revolución. Él lo ha pensado concretamente, situándose así al nivel de Lenin, el cual ha pensado la Revolución Rusa y la ha puesto en práctica. Rosa Luxemburgo es la “teórica’ (“Theoretikerin’) [Ruge, 1969, p. 25] como Marx es el teórico del socialismo. En cierta medida, el binomio Luxemburgo-Liedknecht está calcado de un modelo análogo formado por Marx y Lenin.

La afiliación de Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht es vista a menudo como la de una pareja, la cual no habría existido en la realidad, sino solamente en la ficción. En cierta manera, esta pareja se inscribe en una doble simbología. En primer lugar, la de una pareja casada cuya unión permite el nacimiento de un hecho particular. De hecho, su asociación en el acto revolucionario de Enero de 1919 nos hace pensar que si hubiese sido, no ya el producto de la pareja Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht, sino el de una de esas dos personas únicamente, éste no se habría producido nunca. Esta pareja, en tanto que “pareja’, forma la parentela de esta revolución, origen, a su vez, de la RDA. La segunda fuerza simbólica de dicha pareja reside en su interpretación bíblica. En efecto, considerarla como la de la Virgen y Cristo significa dotarla de una dimensión mística y trascendente. El objetivo no era el reconocimiento de su santidad por parte del Vaticano, sino la intromisión de una consideración escatológica en un Estado sin espiritualidad.

Aunque la historiografía de la Alemania del este no se ha privado de asociarles y glorificarles, tampoco ha dejado de diferenciar a Kart Liebknecht de Rosa Luxemburgo. De este modo, son sistemáticamente representados de manera desigual. Por las razones que hemos estudiado, la figura de Rosa Luxemburgo aparecía más contradictoria, más compleja, por lo que tenía que ser remodelada. Además, los actos de Karl Liebknecht eran más simbólicos y por ello más fácil de utilizar. En efecto, proclamando la primera Revolución socialista alemana, Kart Liebknecht ha sido considerado como el precursor de la RDA, incluso como el que ha proclamado el nacimiento.

La creación de un mito original de la Nación era necesaria para forjar la cultura política y la simbología de ese Estado. Aunque parezca caricatural, este mito ha sido uno de los fundadores del tejido político de la RDA y de su legitimidad. Por su carácter nacional y metafórico, creaba el lazo social entre el Estado y los ciudadanos, al tiempo que recordaba a estos últimos la legitimidad de una oposición frontal, incluso armada, al Estado considerado despótico. Si el mito era polémico, la polémica ha establecido el consenso convirtiéndolo en un mito contradictorio con varias lecturas.