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El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciarse por un individuo, un grupo, una formación social. Puede dibujarse en una pared, concebirse como una obra de arte, construirse como una acción política o como una meditación[1].

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La publicación del número «Cartografiar (la intermedialidad)» marca los 15 años de la revista Intermédialités. Para introducir y acompañar este número, en este texto haremos un paseo meditativo en y sobre el mapa intermedial. Se trata tanto de captar el potencial intermedial del objeto-mapa como de cartografiar la intermedialidad en toda su indisciplina[2]. Para guiar este periplo metodológico, geográfico y mediático, una serie de palabras-clave que se han adaptado (a verbos en infinitivo, evidentemente, en concordancia con el espíritu de la revista) siguiendo la definición de mapa que se desprende del epígrafe nos servirán de puntos de anclaje: abrir, conectar, desmontar/trastocar/modificar, dibujar/concebir/construir, meditar

Cartografiar la intermedialidad es reflexionar, evidentemente, sobre el territorio de un método, por muy vasto e ilimitado que éste sea; pero también es hacer la pregunta sobre el mapa sui generis. Pregunta doble que interroga a la vez sobre el mapa como objeto material y mediático y sobre el mapa como operador de mediaciones[3]. Es en las primera páginas de Mil mesetas (1980), justo donde Deleuze y Guattari catalogan los elementos constitutivos del rizoma, donde el mapa –a la vez figura y estructura, objeto material y conceptual– aparece de tal manera que no pasa desapercibido para aquellos que se interesan tanto en los territorios materiales como en los conceptuales. Para los dos filósofos el mapa es parte integral del rizoma –esta arborescencia sin jerarquías ni límites– y, como él, es símbolo de apertura, de conexión, de fecunda y nada estéril repetición, de transformación. Ahora bien, si la consideramos atentamente, la definición que ellos ofrecen es profundamente intermedial: como objeto material en primera instancia («conectable en todas sus dimensiones, desmontable»), el mapa es siempre presa de su propia destrucción («roto, alterado»), pero también es capaz de mostrar y entrelazar lugares. A semejanza de numerosos objetos intermediales que han sido tratados en las páginas de esta revista, el mapa de Mil mesetas es, por tanto, a la vez cuestión de materialidad (es un objeto) y de socialidad [socialité], incluso de política (él puede «iniciarse por un individuo, un grupo, una formación social»). Deleuze y Guattari se ocupan de la intermedialidad sin saberlo: su mapa no solo da por sentado que diferentes medios pueden movilizarse para darles corporalidad (puede «dibujarse en una pared», se concibe como una «obra de arte») sino que, igualmente, pueden hacer las veces de un hecho social (puede tomar la forma de una «acción política» o de una «meditación»)[4].

Conectar

La intermedialidad montrealesa, aquella que se ha desarrollado desde hace veinte años en el seno de las páginas de la revista y alrededor del Centro de Investigaciones Intermediales en las artes, las letras y las técnicas [CRIalt, por sus siglas en francés], interviene justamente en esta zona de contacto entre el cuerpo de los medios y su rostro social. Desde sus títulos, los cuales, según la idea original de su fundador Éric Mechoulan, toman la forma de un verbo en infinitivo (Nacer, Narrar, Amar, Transmitir, Jugar, Edificar, Archivar, Rehacer…), la revista afianza desde el inicio el hecho mediático en su lado humano, en un campo de relaciones que desborda ampliamente el de una simple tecnicidad de la transmisión[5]. Algunos artículos de la revista han tenido la voluntad explícita de contribuir a una teorización del método intermedial, mientras que muchos otros han participado implícitamente en ello por la calidad, inventiva y diversidad de sus estudios de caso[6]. Así, con sus 29 números aparecidos entre 2003 y 2017, la totalidad de la revista puede ser considerada como una vasta empresa de cartografía del método intermedial in progress.

Sin embargo, la intermedialidad está lejos de ser un asunto puramente montrealés. Desde sus inicios, ella ha sido objeto de teorización, simultáneamente, en diferentes lugares; y los grandes nombres de la primera ola –Jürgen Müller, Werner Wolf, Irina Rajewsky, François Jost, Larse Elleström, Hans-Jürgen Lüsebrink, Leonardo Quaresima, André Gaudreault, Éric Méchoulan, Phillipe Despoix, Silvestra Mariniello–representan así mismo una variedad de disciplinas (literatura y literatura comparada, cine, filosofía…) como de territorios (Francia, Italia, Alemania, Austria, Suecia, Québec). Así, desde sus comienzos, la intermedialidad se ha preocupado en su definición, sobre todo, con el fin desmarcarse de otras corrientes de lo «inter-» que han sido una influencia para sus fundadores, tales como la intertextualidad o la interdisciplinariedad. Sin pretender establecer una lista exhaustiva, recordemos que la puesta en marcha se da con el texto pionero de Jürgen Müller, «Intermedialität und Medienwissenschaft: Thesen zum State of the Art» (1994), que será seguido, cerca de una década más tarde, por la obra Intermedialtät de Irina Rajewsky (2002), por la introducción al primer número de Intermédialités firmado por Éric Méchoulan («Intermedialidades: el tiempo de las ilusiones perdidas», 2003), por la contribución de Henk Oosterling a ese mismo número («Sens(a)ble Intermediality and Interesse: Towards an Ontology of the In-Between», 2003), por el artículo de Hans-Ulrich Gumbrecht en el segundo número de la revista (« Why Intermediality — if at all », 2003) y por las contribuciones de François Jost e Irina Rajewsky al número 6 «Remédier» de Intermédialités (respectivamente, « Des vertus heuristiques de l’intermedialité » y « Intermediality, Intertextuality, and Remediation: A Literary Perspective on Intermediality », 2005), así como por la entrada titulada «Intermedialität » de Werner Wolf en el diccionario que aparece en el Metzler Lexicon Literatur und Kulturtheorie (2004)[7].

Si la apuesta de estos primeros textos era delimitar el territorio de la intermedialidad –establecer un perfil de sus especificaciones metodológicas y también de sus objetos y sus origines disciplinarios, incluso debatir el interés mismo del enfoque intermedial, tal como lo hizo Gumbrecht en su contribución al primer número de Intermédialités –una segunda corriente de escritos más recientes se dedica a rastrear sus aplicaciones y sus contornos tanto en un plano interdisciplinario como internacional. En «Remains to be Seen: Intermediality, Ekphrasis and Institution», James Cisneros, otro miembro de la primera generación de la escuela intermedial montrealesa, establece un nexo entre la crisis de la universidad, que él describe siguiendo la propuesta del libro de Bill Readings The University in Ruins (1997), y la aparición de la intermedialidad[8]. Según Cisneros, debido a su heterogeneidad y su capacidad de pensar las conexiones, así como por el momento histórico en el que emerge, la intermedialidad serviría simultáneamente para provocar y dar sentido al colapso de las grandes disciplinas y, más globalmente, de la institución universitaria en un sentido amplio[9].

En «Intermedialität – une affaire allemande ? Interkulturelle Annäherungen an die Intermedialitätsforschung in Deutschland und Frankreich» (2013), Cristoph Vatter se interesa no solamente por las formas en las que la intermedialidad se practica en Francia y Alemania sino que busca igualmente cuantificar su impacto en las dos esferas lingüistico-culturales. Sus conclusiones: las obras en lengua alemana son las que dominan ampliamente las búsquedas en los grandes portales como Google o Amazon, ellas dominan también los catálogos de las bibliotecas nacionales alemana y francesa y la bibliografía sobre intermedialidad establecida y publicada en línea por el CRIalt[10]. Según Vatter, este desajuste se explica por una diferencia cultural fundamental: no solamente la práctica de la tesis de habilitación en Alemania empuja a los investigadores a hacer más estudios en una escala «macro» (en contraste con lo que Vatter caracteriza como un interés francés por lo «micro») que son luego publicados en forma de libro, sino que existe igualmente una diferencia importante entre los dos países en el desarrollo de los estudios mediáticos. En Francia, se concentran en la información y la comunicación mientras que los intermedialistas alemanes se mantienen fieles a su formación en estudios literarios, inscribiendo así sus trabajos en la línea original de los estudios intermediales[11].

En 2009 aparece la obra colectiva Intertextualité, interdiscursivité et intermédialité, que reúne numerosas contribuciones quebequenses y francesas, así como otros textos provenientes de Bélgica, Italia, Dinamarca e incluso de Corea y Estados Unidos[12]. Aún cuando su perspectiva no se enfoque exclusivamente en la intermedialidad, y que la definición que allí se preconiza se mantenga cercana a la de intertextualidad (a saber, que apunta sobre todo a describir las relaciones entre al menos dos medios distintos), hoy en día es una de las obras panorámicas más variadas en lo que concierne el origen tanto geográfico como disciplinario de sus colaboradores.

En 2010, Larse Elleström edita también una obra colectiva titulada Media Borders, Multimodality and Intermediality, que reúne los textos de investigadores esencialmente suecos y alemanes (no aparece en el sumario ningún nombre de los estudios intermediales franceses, italianos o hispánicos)[13]. En «Intermedial Topography and Metaphorical Interaction», artículo con el que contribuye Axel Englund a este volumen, se establece una comparación entre una teoría de los medios cuyo objetivo, inspirándose en la topografía, es delimitar las fronteras que separan las artes de los medios, y un modelo metafórico que daría lugar a una concepción más fluida de los objetos intermediales. En «Border Talks: The Problematic Status of Media Borders in the Current Debate about Intermediality», Irina Rajewsky establece un paralelo entre dos situaciones de reciente desarrollo: por un lado, ella observa que, desde sus inicios, la intermedialidad acumula definiciones paralelas, escapando así a toda teorización exhaustiva; por otro lado, nos recuerda que esta época, marcada por la convergencia de medios, es la misma noción de media border la que desaparece. Paradójicamente, mientras la intermedialidad es criticada frecuentemente por su incapacidad para captar la especificidad de un medio único, las fronteras entre diferentes medios continúan desapareciendo, tal como lo demuestran diferentes ejemplos de prácticas artísticas intermediales citadas por la autora. Rajewsky concluye que es propio de las obras intermediales acentuar la particularidad de los diferentes medios que ellas movilizan. Su conclusión en buena medida está implícita: la intermedialidad se mantendrá como la disciplina a elegir para comprender esas border zones entre los medios y las preguntas que suscitan[14].

En 2015, la revista estadounidense SubStance publica, bajo la égida de Éric Méchoulan, un número especial sobre la intermedialidad. Bajo el título «Intermediality: Axis of Relevance», Rémy Besson responde al texto de Rajewsky y, debido a su mirada historicista, el autor allí se hace igualmente eco de la contribución de Jürgen Müller a Media Borders en la que el «padre alemán» de la intermedialidad proponía una serie de aforismos que pretendían fijar un estado de la situación del vasto campo internacional de los estudios intermediales[15]. Allí donde Rajewsky no pone en duda la primacía del medio y ve la intermedialidad como la ciencia que estudia las fronteras fluctuantes entre los medios, Besson percibe la intermedialidad como central y destaca su carácter polisémico: al igual que la intertextualidad o la interdirscusividad, la intermedialidad no se resguarda en una definición única de medio sino que pone de relieve el aspecto relacional de un ambiente mediático[16]. Aquí, Besson concuerda con el objetivo de Méchoulan cuando, en un artículo reciente, éste último sugiere:

Lo que está en juego [en la intermedialidad] es el hecho general de poner en relación maneras de conectar, modos de transmisión o de comunicación, maneras de inscribir o de rastrear experiencias, en fin, se trata de un método. Se podría también perfectamente imaginar como abordar problemas intermediales en un único medio, incluso hacia un solo «y mismo» objeto[17].

Así se despeja una diferencia fundamental entre la «escuela montrealesa» y las otras maneras de concebir la intermedialidad aludidas más arriba. Al privilegiar el aspecto relacional tanto en las estructuras sociales como en los objetos intermediales únicos, la escuela montrealesa se desmarca de dos corrientes centrales que, como lo remarca, entre otros, Christoph Vatter, tienden a caracterizar los estudios intermediales generalmente como: por un lado, una visión de la intermedialidad como ciencia de los medios y, por otro lado, una intermedialidad cercana a la intertextualidad y concentrada en los aspectos literarios y artísticos de las relaciones entre los medios[18]. Quizás es la razón por la que la revista montrealesa ha podido, en 15 años, reunir tan amplia variedad de concepciones y prácticas de la intermedialidad que representa hoy un espacio diseñado para la elaboración de una cartografía intermedial cuyas posturas difieren de aquellas que se resaltan en los panoramas mencionados más arriba.

Desmontar/Trastocar/Modificar

El breve panorama propuesto aquí permite una serie de observaciones: primeramente, es evidente que la intermedialidad se parece a una tendencia que suele caracterizar a las «nuevas disciplinas», a saber, que desde el establecimiento de su territorio ella es objeto de una compulsión por la definición que, muy temprano, produce numerosos panoramas y retrospectivas. Además, hay una tensión visible entre una visión europea de la intermedialidad, caracterizada por el binarismo, descrito más arriba, en el que se contraponen los estudios de los medios a los estudios literarios o artísticos, y una visión norteamericana, cercana a los media ecology de los Estados Unidos, que se concentra en la amalgama de medios y en la cuestión de sus relaciones en un sentido amplio. En fin, las teorizaciones existentes sobre el método intermedial ocurren ampliamente en el eje de Europa del norte (en la que incluyo Francia) y Quebec. Las investigaciones intermediales publicadas en otras lenguas diferentes del inglés, alemán y francés son ampliamente excluidas de estos states of the art. En parte esto se debe a un asunto generacional –el desarrollo de la investigación intermedial en América del Sur en particular es bastante reciente– y, por otra parte, es muy probable que también sea un problema de acceso lingüístico e institucional. En efecto, así como la revista Intermédialités aparece en la plataforma Érudit, a la que tienen acceso de manera casi exclusiva las instituciones francófonas, las investigaciones que se hacen en italiano y español no son de fácil acceso para lectores francófonos, anglófonos o germanos.

Por ello el doble desafío de este número que nace de una convocatoria abierta internacionalmente y en cuatro idiomas (francés, alemán, inglés y español): sin pretender ser exhaustivo, se pone el acento en contribuciones que provienen de campos (teatro africano, videojuegos…) y de zonas geográficas (Inglaterra, América Latina, Europa del Sur, África del Sur…) menos reconocidas por su investigación intermedial que los grandes centros alemanes, suecos, franceses y quebequenses. Así, se tiene por objetivo abrirle un lugar a una investigación intermedial otra, aquella que, sin definirse necesariamente como «intermedial» representa, no obstante, tendencias, objetos y apuestas relevantes para la intermedialidad. Aquella que depende también más del porvenir que del pasado –para encarar el futuro de la investigación intermedial hay que, en efecto, reunir ciertos indicios sobre cómo se trabaja hoy en día la intermedialidad, se definan esas investigaciones bajo el nombre de intermedialidad o no. Así, este número quiere ser, ante todo, una vitrina de presentación para las investigaciones efectuadas por la «vanguardia» actual de la intermedialidad y, de esta manera, seguir la evolución que tienen los métodos, herramientas y objetos al estar ellos en contacto con una generación joven formada desde sus inicios en la intermedialidad. Debido a su eclecticismo (tanto por sus objetos como por los métodos empleados), los artículos presentes en este número sugieren que la intermedialidad tiene todavía mucho porvenir en las ciencias humanas (principalmente por su aporte a los memories studies, a la filosofía, a las ciencias políticas). Más aún, la intermedialidad es también una aproximación que despliega, cada vez más, un análisis de objetos (conferencia, juego de video, cine de género, etc.) que surgen, conjuntamente con ella, en el terreno de las vanguardias artísticas. Así, la intermedialidad 2.0 incita a los investigadores a actuar de forma intermedial con el fin de aprovechar al máximo los modos de cuestionamiento que esta práctica introduce en la investigación.

Diseñar/Concebir/Construir

El artículo que abre este número parte de una frase pronunciada por el fundador de Intermédialités, Éric Méchoulan, durante el primer coloquio del CRI en 1999 que introdujo la noción de inmedialidad [immédiateté] en una reflexión sobre la función filosófica de la intermedialidad. En este sentido, Fabien Dumais propone un análisis sobre la importancia del aporte de la filosofía deleuziana para la teoría de la intermedialidad, esencialmente en su línea montrealesa; haciendo una reflexión sobre el aporte formalista de la intermedialidad o aún sobre su relación con la condición del acontecimiento [événementialité], este texto contribuye a los raros escritos que abordan la intermedialidad desde una perspectiva puramente filosófica.

Esta reflexión filosófica es seguida por dos estudios de caso con valor histórico. «‘Arts Once More United’: Bridging Disciplines through Creative Media Research, Toronto, 1953–55», de Michael Darroch, enfoca su interés en un objeto social que marca igualmente un momento de innovación en la historia de los estudios de los medios: la producción, entre 1953 y 1955, de una serie de conferencias y de una revista (Explorations, 1953–1957) de la mano de un grupo de investigadores de la Universidad de Toronto, entre ellos el teórico de los medios Marshall McLuhan y el antropólogo Edmund Carpenter. A través del análisis de documentos de archivo producidos por ese grupo de investigación experimental, Darroch ofrece como contribución una pieza importante del rompecabezas de la «prehistoria» intermedial. Aún antes de Deleuze y Guattari, los teóricos de la Universidad de Toronto practicaban ya la intermedialidad sin saberlo; esto es lo que nos revela Darroch cuando descifra las modalidades según las cuales ese grupo percibía los medios como formas artísticas, estableciendo así un primer paralelo entre infraestructuras mediáticas y modos de comunicación humanos. Claire Holdsworth, por su parte, se interesa en otra instancia de los recorridos preliminares de la intermedialidad: Readings, una revista británica de breve existencia (solo se publicaron tres números en 1977) representa un cronotopo intermediático que hace visibles las relaciones entre medios y formas artísticas. Además, como en el artículo de Darroch, el objeto mediático devenido archivo no tiene como única función dar a conocer un mundo intermediático sino, también, cristalizar las complejas relaciones que se tejen alrededor de este objeto.

Los estudios de caso de Darroch y Holdsworth, cuya apuesta es la de proponer «prehistorias intermediales» concretas, son seguidos por tres panoramas teóricos que comparan el método intermedial con otras aproximaciones teóricas. En una contribución que hace eco con el artículo de Éric Méchoulan «Intermédialités: ressemblances de famille»[19], en el que fundador de la revista establecía un panorama de «concepciones teóricas» que precedían a la intermedialidad, Jean-François Vallée, por su parte, añade un elemento adicional a la lista de aproximaciones que se ocupan de lo intermedial sin asumirla directamente: la corriente de la ecología de medios (media ecology), que le debe sus orígenes nada menos que a la revista Explorations. Según Vallée existen numerosas similitudes históricas y conceptuales entre la ecología de medios y la intermedialidad (particularmente en su definición montrealesa, citada más arriba), al igual que hay diferencias significativas en su aprehensión del rol de los medios. En su conclusión, Vallée sigue la huella de Cisneros al sugerir que debido a su interdisciplinariedad, las dos corrientes –la ecología de medios y la intermedialidad– siguen ofreciendo herramientas reflexivas para repensar las técnicas y las instituciones.

Sébastien Fevry establece un paralelo entre la intermedialidad y los memories studies, otro territorio de estudio multidisciplinario. Allí donde Vallée busca ilustrar los paralelos y las maneras en que se complementan los dos métodos, tomando en cuenta que la media ecology constituye, sin nombrarla, una forma de intermedialidad norteamericana (hay que notar que en los Estados Unidos la perspectiva intermedial es aún poco conocida), Fevry usa la intermedialidad a manera de prisma disciplinario: para él, el acercamiento a los medios es lo que permite marcar una distinción entre los memory studies, más cercanos al problema de la mediación, y los estudios de memoria franceses, que se interesan más bien en la noción de memorialización. La apuesta del texto de Phillip Rousseau es de cierta manera similar: tomando como punto de partida la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones cultuales (UNESCO, 2005), este último adopta un concepto intermedial –el de la interfaz– con el fin de adaptarlo a la diversidad cultural según la concibe UNESCO. Así, el autor crea un concepto híbrido, el de convención/interfaz, que Rousseau concibe a la vez como objeto de estudio y clave metodológica: un objeto que contiene en sí la fuente de su propia teorización y que, simultáneamente, encuentra la manera de conciliar en él los dos campos –la intermedialidad y la diversidad cultural.

Estas reflexiones teóricas son seguidas por un trío de puestas en práctica intermediales cuyo carácter nacional y regional abren otra ventana hacia la investigación intermedial actual. En su contribución, Catherine Makhumula parte del artículo «The Politics of Intermediality» de Jens Schröter y de la obra colectiva Intermediality in Theatre and Performance (2006)[20] para proponer un panorama del teatro contemporáneo en Suráfrica –una vez más, esta es una aproximación intermedial que se pone en práctica sin nombrarse forzosamente de esa manera. Siguiendo a Schröter, Makhumula demuestra que la cuestión de las relaciones intermediales, tal como aparecen en el discurso sobre el teatro de Suráfrica, lejos de plantearse preguntas puramente teóricas o estéticas, apunta igualmente a plantearlas con connotaciones políticas. «Thinking Intermediality in Mexico through artistic input», la contribución de Susana González Aktories y María Andrea Giovine Yáñez, representa una respuesta a los estados del arte de la investigación intermedial en Europa y en la América del Norte anglófona y francófona que se habían publicado anteriormente. Para las autoras, la creación artística mexicana es la que, desde los años cincuenta, habría servido de puerta de entrada a la intermedialidad: la que, de entrada, será parte integral del proceso creativo de numerosos artistas mexicanos antes de integrarse al discurso sobre el arte por medio de conceptos y escritos tales como intermedia de Dick Higgins[21]. En la producción artística reciente de México, las autoras identifican una efervescencia del lenguaje de la intermedialidad. Su reflexión se abre a una interrogante final más amplia: habría que preguntarse si, a partir de ahora, la evolución de estos planteamientos dará lugar a un «giro intermedial» más generalizado. Finalmente, con «Intermedial Products for Digital Natives: British Theatre Cinema on Italian Screens», Maddalena Pennachia tiene como punto de partida un objeto mediático y culturalmente específico –la recepción por las nuevas generaciones italianas de las adaptaciones cinematográficas de piezas importantes del repertorio teatral inglés– para, de esa manera, dirigir su mirada hacia la relación que mantiene la industria cinematográfica y su público joven con la noción de intermedialidad. Apoyándose en un estudio del público (la autora analizó los hábitos y reacciones en una muestra de adolescentes italianos), concluye que las prácticas intermediales fundamentales (tales como la remediación del libro a la pantalla bajo la forma de subtítulos) son aun altamente legibles para una joven generación de espectadores italianos que comprenden intuitivamente el mundo mediático que los rodea como un mundo profundamente intermedial.

Los escritos que giran alrededor de los problemas nacionales en el corazón de la investigación intermedial dan lugar a las contribuciones de Rémi Lauvin y de Christophe Duret, que retoman el concepto de mapa como metáfora heurística: aquí, el estudio de caso mediático es el que sirve para revelar nuevas facetas de aquello que permite una aproximación intermedial. En «Cartographie/Thermographie. Regards et corps instruits dans Hollow Man (Paul Verhoeven, 2000)», Lauvin propone una lectura minuciosa del film de Verhoeven para ilustrar cómo allí se pone en escena la termografía, una forma de cartografía mediática, con el fin de representar las técnicas de vigilancia con relación a los medios digitales. Si la termografía da lugar a lo que Lauvin llama un estado «impuro» y «primitivo» [primal] de la imagen cinematográfica, esta imagen, a su vez, se pone al servicio de una transformación de lo real en «materia prima» a través de lo que Lauvin llama una «intermedialidad propiamente tecnológica» implementada por el cine hollywoodense. Duret, por su parte, quiere ampliar la noción de transmedialidad–concebida, entre otros, por Henry Jenkins– revelando su dimensión intermedial. Para ello, el autor toma como ejemplo las relaciones entre el videojuego y los otros medios en el seno de las franquicias transmediáticas. De esta manera, el autor cuestiona ciertos preceptos de la teoría de la transmedialidad como, por ejemplo, la idea de una sinergia entre los medios. Usando como ejemplo varias franquicias, Duret levanta un panorama de diferentes modalidades intermediales en los relatos transmediáticos antes de proponer, como conclusión, dos conceptos hermanos que hacen visible el componente intermedial en esos relatos: «transficción intermedial» e «intermedialidad transficcional».

Finalmente, como conclusión a este número encontramos dos documentos que, cada uno con una marca distintiva, atestiguan el futuro de la investigación intermedial. «De la critique des dispositifs à la intermédialité pour approcher les productions artistiques : bilan des travaux du seminaire Intermédialités (Université Toulouse-Jean Jaurés, France)» es el fruto de una colaboración entre varios miembros hispanistas del grupo de trabajo LLA-CREATIS en la Universidad Toulouse-Jean Jaurés. En este documento, que toma la forma de «notas de laboratorio» producidas en momentos importantes, como coloquios, pero también en encuentros artísticos que los investigadores han podido hacer, los autores documentan su formación en estudios intermediales y el impacto que estos han tenido en sus investigaciones. El texto capta el entusiasmo de una joven generación por un método flexible y heurístico que les permite acercarse a todas las obras de arte.

Por su parte, los cuatro jóvenes investigadores del CRIalt, autores de un performance audiovisual titulado «La nouvelle sphère intermédiatique (colloque du CRI–1999) à l’épreuve de la remédiation : supports, approches et discours» que se presentó durante el congreso de la International Society for the Study of Intermediality en mayo de 2017, dan cuenta, a la vez, de un procedimiento intermedial –el de montar un performance como tal– y del hecho de haber sido formados por el CRIalt. El performance, cuya grabación en video está disponible en el sitio de Intermédialités junto con la aparición de este número, toma la forma de un montaje sonoro que yuxtapone breve extractos de los archivos del coloquio sobre intermedialidad organizado por el CRI en 1999 y las reacciones que tuvieron los «antiguos» investigadores del CRIalt al escuchar de nuevo estas grabaciones históricas. Durante entrevistas que le hicieron a varios intermedialistas de aquellos comienzos, los jóvenes investigadores del CRIalt pudieron plantear una serie de preguntas sobre el impacto que ha tenido la intermedialidad en estos investigadores. Más aún, Suzanne Beth, Rémy Besson, Claudia Polledri y yo nos hemos grabado a todo lo largo de nuestro performance. Dos extractos revelan así nuestras propias posturas, miedos y expectativas de cara a la intermedialidad, asumida por igual como método científico y como un territorio disciplinario.

Meditar

La entrada al salón estaba bloqueada por una gran cartelera, dejando a un lado un corredor de dos metros, en donde Jed había fijado de un extremo al otro una foto satelital tomada en los alrededores del Balón de Guebwiller y la ampliación de un mapa Michelin «Departamentos» de la misma zona. El contraste era asombroso: mientras que la foto satelital no mostraba sino una sosa mezcla [la soupe] de verdes más o menos uniformes, salpicada de unas difusas manchas azules, el mapa revelaba un tejido fascinante de caminos departamentales, rutas pintorescas, puntos de vista, bosques, lagos y pasajes. Sobre las dos ampliaciones, en mayúsculas negras, figuraba el título de la exposición: «EL MAPA ES MÁS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO»[22].

Jed Martin colecciona mapas de rutas motivado por una fascinación formal que, como a menudo en Houellebecq, roza la perversión. Gracias a los esfuerzos de su compañera, terminó montando un proyecto borgesiano que ha hecho furor en el mundo del arte contemporáneo parisino: una exposición en la que fotografías gigantes de paisajes se ven eclipsadas por los grandes mapas de los territorios en cuestión. No sin presagiar la exposición «Rester vivant» que, en 2016, reunió obras visuales de gran formato[23], instalaciones y poemas de Houellebecq en el Palacio de Tokyo, la exposición imaginaria «El mapa es más interesante que el territorio» constituye el anclaje de esta novela profundamente intermedial. La adecuación tautológica entre mapa y territorio (el aspecto propiamente borgesiano del proyecto de Jed, que moviliza las convenciones del modernismo para llevarlo más allá del postmodernismo) es también, ante todo, un asunto de medialidades. Después de todo, es la fotografía la que va al encuentro de la cartografía en esta novela donde la forma de la escritura le es suficiente para reproducir el entretejido, retomando el término de Houellebecq, entre formas mediales y artísticas. La fascinación del protagonista por la estructura rizomática del mapa de rutas genera una composición en abismo [mise en abîme] de la superfici(e)alidad contemporánea –aquello que, refiriéndose a la moda, Agamben llama «la intrazable frontera entre el “no aún” y el “no más”»[24].

Si bien la metáfora impuesta por el título de la exposición imaginaria de Houellebcq parece irónica –el mapa eclipsa el territorio, el mercado elimina el arte– ella escenifica un debate filosófico que apunta hacia la estética: la «sosa mezcla de verdes más o menos uniformes, salpicada de unas difusas manchas azules» se refiere a una estética modernista y abstracta que evoca los lienzos de Rothko e incluso la vista aérea de los famosos versos de Sylvia Plath: «And a head in the freakish Atlantic / Where it pours bean green over blue / In the waters off beautiful Nauset»[25]. En contraste, el mapa y su «tejido fascinante de caminos departamentales, rutas pintorescas, puntos de vista, bosques, lagos y pasajes» se refiere, como en todas las novelas del autor, a una estética realista y, si se quiere, naturalista. Un debate similar parece animar la investigación intermedial, de donde se desprenden dos prácticas: una utiliza los tintes de la intermedialidad para pintar las relaciones entre los medios en todo detalle (estudios de caso) así como su proliferación dentro de su totalidad (tipologías en la gradación de sus préstamos y los tejidos entre los medios). El otro debate se dedica a rastrear los caminos del método y de sus objetos con el fin de establecer un mapa tan amplio como los territorios geográficos y disciplinarios en los que tienen lugar estas investigaciones.

De hecho, algunos días antes de escribir esta introducción llegó a mi bandeja de entrada el anuncio de un coloquio publicado por Ágnes Pethő, profesora de cine en la Universidad Sapientia de Cluj-Napoca en Rumania. Allí se nos informaba que en octubre de 2018 un reciente grupo de investigadores abordará el asunto «Intermediality Now: Remapping In-Betweenness»[26] de lo cual, con plena certeza, surgirá un conjunto de artículos sobre el tema. Allí vemos el dinamismo de esta segunda corriente dedicada a cartografiar la intermedialidad: rampante, sin estructuras ni límites definidos, ella se propaga y se repiensa según el empuje de los vientos disciplinarios y lingüístico-culturales. Pensar el mapa intermedial lleva a pensar la intermedialidad como objeto intermedial en sí misma. Los límites que definen la intermedialidad nos preocupan poco: como lo muestran los artículos reunidos en este número, que pasan por Deleuze y McLuhan hasta llegar a los teóricos contemporáneos de la media ecology estadounidense, se puede practicar la intermedialidad sin saberlo, así como, en sentido contrario, la intermedialidad puede servir de punto de partida para una reflexión, en un plano internacional, sobre el futuro de sus métodos y de las disciplinas de las ciencias humanas.