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Esta obra reúne catorce trabajos cuya equilibrada distribución en cuatro partes, a saber: “La traducción como proceso (inter)cultural”, “La traducción como actividad literaria”, “Traductología cognitiva” y “Estudios contrastivos”, pone en manos del lector interesado el resultado de diversas investigaciones llevadas a cabo por los autores y que presentaron durante las III Jornadas Internacionales de Traductología, organizadas por el área de Traductología del Centro de Investigaciones de la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Los catorce artículos van precedidos de un exordio, a manera de editorial, firmado por Adolfo M. García y María Inés Arrizabalaga: “La Traductología, una zona de contacto disciplinar”, donde se exponen las líneas directrices sobre la interdisciplinareidad que converge en la traductología y, por ende, en la traductografía que enriquece las culturas meta y nos pone en antecedentes de los artículos –tratados como capítulos correlativos– que vamos a encontrar a lo largo de las páginas del volumen.

La primera parte se compone de tres artículos o capítulos. El primero de ellos, «Supuesto de equivalencia. La traducción cultural en el Perú» lo firma Aymará del Llano y versa sobre la traducción cultural en la literatura peruana del siglo XX, teniendo en cuenta la presencia de quechuismos en los textos literarios. En este punto, resulta inevitable recordar la dificultad de interpretar como lectora no iniciada en la lengua y cultura quechuas los magistrales textos de Arguedas, a título de ejemplo, y el imaginar los escollos con los que se encontraría un traductor a la hora de verter un texto arguediano[1]. Ante las dificultades que se le plantean al traductor al verter la cultura oral quechua a la cultura occidental americana del siglo XX, la autora defiende la decisión de la supuesta falta de adecuación para que el lector sea consciente de la alteridad. Para introducirse en el estudio, la autora hace un recorrido histórico por el proceso de ida y vuelta que comenzó con la transcripción de la oralidad hasta la interpretación de la oralidad a través del texto escrito, tal y como sucede en la traducción de textos del género dramático. Al resultado del proceso de traducción cultural lo califica de efecto de traducción y dicho proceso en el que el traductor tiene en cuenta la alteridad permite al lector llegar a la identidad cultural presente en el texto.

La segunda aportación, «Hacia un concepto de traducción política. 1492/1992: El lenguaje y la memoria en América Latina», se debe a Ana Inés Leunda, quien aborda el tema desde la Semiótica de la Cultura y concretamente desde las ideas de Iuri Lotman. La autora analiza la inmersión en el contexto cultural en el que debe investigar y moverse el traductor, y cómo influye en el proceso translatorio y producto traductográfico la vivencia del contexto sociocultural por parte del traductor. Parte de la elaboración de los primeros diccionarios bilingües de la América hispana, el del franciscano fray Alonso de Molina para el par de lenguas náhuatl-español, y el del dominico fray Domingo de Santo Tomás para el par quechua-español, ofreciendo algunos ejemplos de cómo el contexto crono-espacial, religioso, político y cultural pudo influir en la comprensión de términos y conceptos y en la elaboración de las entradas de dichos diccionarios.

El tercer capítulo, «Explosión y memes en la literaturización: ¿Problemas comunes en La saga de los confines y el Kalevala?», lo firma María Inés Arrizabalaga, coeditora del presente volumen. Aborda unos textos construidos como un rompecabezas de microrrelatos, de carácter fragmentario con un hilo conductor común y que comparten rasgos formales propios de la «creación del artefacto literario». Los límites del puzzle literario los fijan los llamados relatos marco, nexo entre los microrrelatos. A pesar de los opuestos geográficos, pues el primero de ellos se enmarca en el contexto espacial del Cono Sur, mientras que el segundo se desarrolla en el más extremo septentrión, en la región finlandesa de Carelia Occidental, ambos narran hechos enmarcados en la antropología, la etnohistoria y la literatura épica. En los dos es relevante la figura del narrador, que en el primero se trata de un escriba y traductor, y en el segundo de un bardo o cantor, que escriben, narran e interpretan unos hechos. Lo que nos resulta más interesante de este enjundioso artículo de Arrizabalaga es el hecho del rastreo que el investigador en historia de la traducción puede hacer en la literatura para sacar a la luz apuntes para una historia de los traductores y de cómo el oficio de traductor y/o intérprete se hace presente como personaje literario.

La segunda parte del volumen, «La traducción como actividad literaria», se abre con el artículo de Mercedes Rodríguez Temperley «Las traducciones hispánicas del Libro de las maravillas del mundo, de Juan de Mandeville (siglos XIV-XVI): Filología, ecdótica e interpretación». La autora analiza diacrónica y comparativamente varias de las traducciones al aragonés del siglo XIV y al castellano del XVI de este singular texto de la literatura odepórica y cómo los dos siglos de diferencia entre las diferentes versiones no pueden verse solamente desde el punto de vista de la actualización, sino que afectan al modo de traducir y a las decisiones tomadas durante el proceso tanto de traslación como de edición de la obra. Como autora de una edición crítica sobre el Libro de las maravillas, revela que el rigor de la investigación filológica llevada a cabo para tal edición se acerca a la minuciosidad de exégesis y análisis literario y lingüístico que debe realizar también un traductor literario. En tal sentido, la autora concita en su trabajo la interdisciplinariedad y la capacidad heurística que debería ser común a todos los investigadores en ciencias humanísticas.

El siguiente capítulo, «La paciencia es una hierba sumamente beneficiosa: La palabra-capullo y otros vericuetos de la traducción de Carta abierta, de Juan Gelman», lo firma la traductora de esta obra al inglés, Lisa Rose Bradford, quien se adentra en las dificultades de la traducción de poesía, en la creatividad del traductor y en la indagación previa en el estilo y poética del autor. Justifica la autora este difícil proceso, en el que el traductor se enfrenta a una constante toma de decisiones, en una bella metáfora sobre la paulatina transformación formal de la crisálida –que en el caso de su traducción de Gelman abarca desde el título hasta la última palabra– y también en las propias palabras del poeta argentino «La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma». El artículo tiene el inmenso valor de desnudar el alma del traductor ante el lector y ofrecerle sus cuitas y decisiones creativas, no siempre comprendidas, pero que provocan una gran satisfacción en el traductor cuando son reconocidas y premiadas.

El sexto capítulo es un interesante trabajo sobre lo que a priori podría parecer una pequeñez, lo signos diacríticos, pero que pueden malograr un texto traducido si no se tiene en cuenta que las lenguas y culturas difieren también en este aspecto. Lo firma Fabián O. Iriarte y basa su contribución en cómo traducir la exclamación en la poesía de Frank O’Hara. En el caso de la exclamación, la expresión de admiración, sorpresa, alegría, disgusto, exaltación, estado de ánimo, etc., requiere un profundo análisis previo del contenido para que en lo formal el texto meta refleje realmente la entonación que el poeta dio en el texto original. Resulta interesante cómo la autora se adentra en la razón del uso de la exclamación por parte de Frank O’Hara y lo relaciona con el contacto entre el poeta y los pintores expresionistas abstractos, tales como J. Pollock. El artículo desgrana la investigación previa que debe realizar un traductor de textos literarios para interpretar correctamente el mensaje del autor.

A continuación, María Cristina Calvi, escribe sobre la revista Alto Aire (Rosario, Argentina, abril 1965) y concretamente acerca de las traducciones y las reflexiones sobre el proceso traductor que los tres poetas editores de la revista, L.M. Castellanos, J.M. Inchauspe y A.C. Vila Ortiz, hicieran de poemas de Dylan Thomas, E.E. Cummings y Wallace Stevens traducidos por ellos y publicados en dicho número de la revista. La traducción ha sido tradicionalmente un medio de ejercitarse en el dominio de la lengua, y muy especialmente en la de llegada, por lo que han sido y siguen siendo numerosos los autores que recurren a ella no sólo como pro pane lucrando, sino como proceso necesario para lograr la fluidez de ideas literarias y su reflejo en la fluidez y riqueza escriturarias. Al mismo tiempo, la traducción ejerce la función de vehículo de enriquecimiento de la cultura meta, del polisistema literario de llegada, según el término utilizado por Itamar Even-Zohar y Gideon Toury. La profusión de revistas literarias que se editaban hasta no hace muchas décadas, y en las que se publicaban no sólo traducciones breves, sino también críticas de traducción y datos relativos a traductores, permite al investigador recurrir a un magnífico corpus para sus indagaciones, máxime hoy día, en que las hemerotecas digitales facilitan enormemente esta labor.

El capítulo octavo, «Topografía de la traducción y la tarea del traductor frente a la literatura transnacional alemana», se debe a Soledad Pereyra y en el que al autora aborda las dificultades de traducir textos escritos en lengua alemana por autores cuya lengua materna no es el alemán. Trata el caso concreto del autor turco-alemán Feridun Zaimoğlu, porque en él, según dice la autora «la traducción se presenta como topografía sobre la que se asienta la ficción» (p. 149), aunque no sólo, pues ofrece también una serie de autores y textos para su análisis, con el fin de dejar claro que las dificultades de estos textos conducen a su escasa recepción en el mercado editorial en lengua española.

La tercera parte del volumen es la dedicada a la Traductología empírica y en ella tres son los artículos que la representan: el primero, de Geraldine Chaia, sobre una propuesta para la evaluación de la competencia estratégica, el segundo de Gonzalo Delgado y Fernando Donoso sobre la respuesta del intérprete ante errores léxicos en el discurso del orador en interpretación simultánea, y el tercero, firmado por Adolfo M. García, versa sobre los procesos cognitivos y neurológicos en la transcodificación y desverbalización del texto original.

La cuarta parte, también dividida en tres capítulos, aborda estudios contrastivos: «Efectos de discurso generados por los demostrativos en cuentos infantiles escritos en castellano e inglés», obra de María Josefina Braschi y Guillermina Inés Remiro; «Efectos de discurso de los demostrativos en textos paralelos del francés y del español», firmado por Gabriela Dauk y María Virginia Gnecco; y, el último, «Un análisis comparativo de documentos internacionales en inglés y español».

Sea bienvenida la edición de esta obra en el contexto académico. Su interés nos induce a reflexionar sobre la necesidad de que haya un mayor intercambio de libros entre bibliotecas universitarias de ambas orillas, pues contribuiría a un mejor conocimiento de las investigaciones y avances científicos en Ciencias Humanísticas en general y, por lo que a nosotros compete, en Traductología y Traductografía, en particular, así como a un enriquecimiento en nuestros respectivos polisistemas de producción académica.